La tarea de educar tiene dimensiones profesionales, pero antes que nada es humana y enormemente gozosa. No digamos con tono de resignación “soy profesor, fíjese”; digamos “¡qué alegría, voy a estar hoy con 25 alumnas y con 25 alumnos, soy su profesor!” Tenemos una excelente posibilidad de encuentro personal en este mundo individualista y de solitarios. No la despreciemos. ¡Qué hermoso y grato es decir “somos amigos, nos queremos”! Hemos perdido la capacidad de intimar y hasta ella nos da vergüenza. El verbo “amar” casi no se conjuga. Y amar es la palabra más hermosa de nuestro idioma.